En 1784, un buque que partió de Francia con rumbo a
En 1817, falleció la sultana Nakshidil. Su hijo, Mahmud II, afirmó que su madre era extranjera, posiblemente de origen francés, ya que lo hablaba a la perfección y que tenía un acento muy afrancesado.
Aquí es donde comienza la leyenda, sobre qué relación podía tener la pequeña Aimée Du Buc de Rivery con la sultana Nakshidil.
Aimée había nacido en Las Antillas francesas, el 4 de diciembre de 1771 en Martinica. Su padre era un colono francés que se había instalado en la zona, estaba bien relacionado y formaba parte de la elite local. Curiosamente, Aimée tenía una prima, Marie-Josephe Rose Tacher de
Las pequeñas pasaron una infancia feliz, no en vano, el lugar era conocido como el paraíso en
En
Las muchachas se miraron divertidas, y no dieron la más mínima importancia a las premoniciones de la criolla. En cambio, una cosa era cierta. En breve, Aimée iba a partir al continente para proseguir con sus estudios. Su padre había fallecido, y su tío y tutor, como era de costumbre, la enviaría para que estudiara secundaria en Francia.
En 1784, cuando regresaba de Nantes, el barco en el que viajaba tuvo muchos problemas. Una tormenta se les echó encima, y el capitán fue incapaz de controlar el navío. El buque final y fatalmente se hundió. Prácticamente, todos murieron ahogados.
Las noticias que llegaron a
Sin embargo, existe otra versión, que algunos envuelven con el velo de la leyenda. Por lo visto, la providencia quiso que un barco argelino estuviese cerca del desastre, y rescatara a unos pocos supervivientes, náufragos, que luchaban contra las grandes olas. Todos se mostraron agradecidos por su suerte, entre ellos Aimée, que no dejaba de recordar la predicción hecha por la extraña hechicera. Tras recobrar el aliento, se percataron que los buenos samaritanos no eran otros sino corsarios berberiscos, que a buen seguro pedirían un rescate por ellos, o los venderían para sacar algún dinero en Argel. La joven francesa tenía apenas trece años, era rubia, de complexión delgada, con una piel blanca y sedosa. Los piratas se fijaron enseguida en ella. Conocían los gustos del sultán Abd-ul-Hamid I por las vírgenes, y pensaron que apreciaría mucho un regalo tan especial.
Dicho y hecho, a su llegada a Constantinopla, fue entregada al sultán otomano, y entró a formar parte de su harén. En dicho harén, las mujeres sólo podían salir ocasionalmente de palacio, cubiertas por un velo, y acompañadas por alguien de confianza del sultán. A cambio, disfrutaban de estancias especiales solamente para ellas. Tenían a su disposición pequeñas mezquitas, bibliotecas, dormitorios, salas de música y costura, baños turcos, o cocina… todo con su correspondiente servidumbre. La entrada sin el permiso del sultán, estaba totalmente prohibida, y quien osase no cumplir la orden era ejecutado. Igual suerte corría quien fuera pillado in fraganti intentando penetrar en las estancias vedadas.
Aimée quedó desolada, apartada de su familia, en un país extranjero con costumbres distintas a las que ella conocía, y a merced de los caprichos de un hombre 46 años mayor que ella. Sólo halló consuelo en la madre de Selim, sobrino de Abd-ul-Hamid, que la trató como si fuera hija suya.
Poco a poco, Abdul se fue enamorando de la joven. La convirtió en su cuarta esposa, y cuando en 1785 tuvo a su hijo Mahmoud, la elevó a la categoría de esposa favorita o Valide. Aimée se convirtió al Islam, y pasó a llamarse Nakshidil, que significa “Huella del Corazón”
En 1789, el sultán Abd-ul-Hamid, fallecería. La lucha por hacerse con el poder otomano no tuvo cuartel. En liza, se situaban los que estaban a favor de Mustafá, hijo del sultán fallecido, y los que preferían que fuese Selim el nuevo líder turco.
Al final, asumió el imperio otomano Selim III, y Nakshidil se convirtió en su nueva esposa. Con su carácter afable y cariñoso, influirá primero en su esposo, y más tarde en su hijo, para que se occidentalizaran un tanto. Conseguirá, con mucha paciencia, que se apruebe la libertad de culto; que las mujeres del harén puedan acceder al mundo de la moda; y que no se las trate sólo como objetos, sino que se las respete como personas.
Selim III fue depuesto tras una revuelta de los jenízaros, y asumió el poder Mustafá IV, primo hermano del anterior, al que sin pensarlo dos veces mandó ejecutar. La orden también incluía a su hermanastro Mahmoud, de esa forma pretendía eliminar a otros posibles herederos legítimos.
En cambio, a Mustafá no le salió bien la jugada. Sus antiguos aliados jenízaros le dieron muerte, y el que tomó las riendas del imperio de Constantinopla fue Mahmoud II, hijo de Nakshidil. Seguramente, influído por su madre, el nuevo sultán modificó la administración y el ejército, fijándose en el estilo occidental. Mandó ejecutar a los traidores jenízaros que no eran de fiar, y aunque al principio era proclive a los intereses franceses, mas tarde, en 1810, se alió con Rusia en detrimento de Francia.
Lo curioso del caso es que este drástico cambio de política coincidió cuando Napoleón se divorcio de Josefina, supuesta prima de la madre del sultán.
Algunos historiadores creen ver en esta modificación de actitud, una pequeña venganza de la sultana madre hacia el flamante emperador francés por apartar de su lado a su querida prima. Otros, en cambio, afirman que no eran familia, sino amigas de la infancia.
El 10 de noviembre de 1817, la sultana moría tras una larga y agónica enfermedad. La peste se había apoderado de su frágil cuerpo, fallecería en el Palacio Topkapi, residencia imperial turca. Habían pasado 33 años desde su llegada a territorio otomano, y en esos momentos contemplaba a su hijo al frente del imperio, comprendía que su cautiverio había merecido la pena.
Esta parte de la vida de Aimée Du Buc de Rivery, que algunos la tildan de leyenda, se puede conocer gracias a los mensajeros que Francia enviaba con periodicidad a la corte de Constantinopla, mientras fueron aliados.
Por otra parte, la familia “Du Buc”, no terminaba de confirmar que la sultana extranjera de origen francés que se hallaba en Estambul, fuese la desaparecida Aimée, dando respuestas ambiguas. No se sabe si dicha actitud era por vergüenza al haberla abandonado a su suerte, o porque realmente rechazaban semejante teoría.
Ahora, en cambio, parece que quieren reconocer el mérito de su antigua pariente, y han abierto sus archivos familiares para que la verdad prevalezca sobre la inusual aventura de su hija pródiga.
Recientemente, ha visto la luz un libro titulado “