Se despertó aquella mañana bien temprano, el sol aún no había hecho acto de presencia, pero un impulso atronador le sobresaltó y de forma activa se incorporó. Rápidamente fue al baño, se miró al espejo, la imagen era desafiante como si emulara a Clint Eastwood en un western, esbozando una sonrisa pícara, y asintiendo con su mirada que había llegado el día. Mientras se duchaba escuchaba una de tantas que a él le encantaba canturrear, un poco de rock acorde al éxtasis que esa mañana se respiraba en aquella casa. Se arregló cuidadosamente aunque sin pausa que lo entretuviese, todos los detalles estaban previamente analizados, el error no tenía cabida en aquel momento.
Tocaba salir ya, la marcha debía ser emprendida, él no solía desayunar más que un rápido café solo. Arrastraba una maleta antigua cuyas ruedas estaban desgastadas del roce, dicho petate había sido maldecido en mil y una ocasiones, pero casualmente ese día no recibió improperio alguno. La mañana era clara, y se auguraba un día primaveral de esos que habitan en el recuerdo, más si una buena compañía acompaña su tarde. En su recuerdo se sucedían las melodías, le encantaba tatarear bandas sonoras de sus películas predilectas (El Golpe, Sin Perdón, Amelie…) y así iba transcurriendo por las calles de aquella ciudad extranjera que le había hospedado durante largos meses de inviernos. Era capaz de saludar cordialmente a todo el que se le cruzase, no hacía falta articular palabra alguna, un gesto, o una mirada de complicidad era suficiente, lo cual no era nada asiduo porque era un chico bastante reservado para esos aspectos y tanto jolgorio. El viaje se acercaba, no obstante su final era obtuso, y aunque se intuyera extenso no pensaba en ello, no importaba, la verdad.
¿Pero qué? Si en su pulso ya notaba su latido atronador… parece que sí, era el día, parecía que nunca volvería, y aunque parecía que venía, y al mirar a lo lejos parecía, y por esa esperanza la esperamos. Qué será de él cuando al fin se manifieste, se preguntaba. Tiempo de expectación transcurría entre pregunta y otra, las manos se humedecían constantemente, y la pierna no paraba de agitársele, no sabía estar quieto, no se lo pidas en ese instante. Las colillas se incrementaban en el cenicero de su lado. Y estrene ese vestido celeste, se contestaba. Se imaginaba esa nariz chata por si corría alguna duda que indicara olvido, su mirada llorosa y agachaba el día de la despedida acompañada de una sonrisa ahogada por la desolación… comenzaba la espera. Miedo a los relojes, el desconcierto era en ese momento su mejor aliado.
Ellos juntos parecían dos chiquillos que te transportaban a un mundo lleno de vida abandonando la nostalgia de aquellas noches solitarias de camas frías. Y nunca fueron muy empalagosos en su quehaceres, simplemente se respiraba complicidad en todo momento, incluso cuando entraban en terrenos más pantanosos donde las idas de chola eran la principal baza de una erupción volcánica que siempre les abanderó. Pero él sabía que dichas riñas habían sido necesarias, esas telefónicas que le dejaron tantas noches largas de insomnio como castigo, noches eternas donde él se hizo inmortal mirando a través del cristal de la nostalgia y el olvido, esperando una llamada o un mensaje de reconciliación que nunca llegaba. Una tortura duradera que no cesaba hasta el cruce de palabras, y él la esperaba hasta el día siguiente, tirando de orgullo se impacientaba mientras que el saludo típico diario no llegara. Un saber cómo te ha ido le bastaba para olvidar, unas risas con ella y volverían a ser los mismos, despreocupándose de lo ocurrido.
La maldita obcecación había hecho peligrar eso, las inseguridades y desconfianzas propias de dos personas que no se tienen, que a veces se tratan de desconocidos sin recordar todo lo vivido. Y siempre ganaban las ventajas, porque así se sentía mejor persona, porque de tal manera exprimía lo bueno que en él quedó alguna vez, y por saber que alguien se entregará por ti, que alguien ha aprendido a quererte por lo que eres y no por lo que pareces, y te esperará a tu regreso. ¿Cómo no me va a merecer la pena todo esto? Se preguntó conociendo de sobra su respuesta.
Con todo ello se dispone a llegar al lugar acordado, el tiempo por su ciudad parecía no haber pasado, todo andaba igual de la forma que tanto le encantaba. Respirar de nuevo ese aire le revitalizó, los nervios se incrementaban por cada segundo que pasaba, y los pasos eran cada vez más largos. Las ruedas de aquella vieja maleta habían cedido totalmente, decían basta, por eso la llevaba a pulso, y en tantos viajes que le acompañó… Él la miraba de camino y pensaba “espero no volver a utilizarte más, amiga mía”
Al presentarse el ansiado momento no ve nadie que le importe, ¿no querrá verle en realidad? Se impacienta a su modo, y se cuestiona, parece que está todo y algo falta, ¿qué de alegría tiene el reencuentro? cuando una voz le sobresalta, él se gira completamente y la visiona allí a unos pocos metros. Ella con mirada tímida, sonríe.
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