lunes, 11 de abril de 2011

El día que me quede solo...

El día que me quedé solo… Fuiste la primera en acudir, en venir a socorrerme, en preguntar cómo me encontraba, en dirigirme la palabra, en preocuparte de forma amistosa. Me enseñaste que no todo en la vida es estar acompañado, y así poco a poco nuestra relación fue haciéndose más intensa.

El día que me quedé solo… Te posicionaste en la oscuridad de frente a mi perfil, me visionaste fijamente, y un servidor con esa mirada tímida dirigida hacia el piso, y que tanto provocaba que te mordieras la lengua. Tú estabas en tus cosas, y yo también en las tuyas.

El día que me quedé solo… Festejamos aquel cumpleaños. Tus continuas felicitaciones terminaron por convencerme hasta provocarme la mayor de las sonrisas placenteras al acostarme. Contigo he soñado tantas veces que a veces no distingo los momentos emotivos para el recuerdo de las interminables pesadillas amargas.

El día que me quedé solo… Me susurraste como nadie lo hizo antes, con la delicadeza que te caracteriza. Tus labios invisibles próximos a mi oreja, y esa forma de hablar que se pierde en el viento… me acaricias sin llegar a tocarme. Contigo mis problemas te provocarán la risa, y mis tristezas tus alegrías.

El día que me quedé solo… No viniste, no siempre puede ser, tienes otros amigos que te necesitan, así como yo también los creo tener. Contigo he aprendido a ser más egoísta por tenerte y anhelarte como no lo he hecho por nada ni por nadie.

La noche que me quedé solo… Me hablaste y escuchaste sin pedir nada de vuelta, me ilustraste el color de las estrellas, y me mostraste que las noches son mágicas y que dormir está completamente sobrevalorado.

La noche que me quedé solo… Me cogiste de la mano, y juntos así los dos caminamos por los eternos jardines de la primavera, sembrando tramo a tramo nuestra idílica complicidad. Tú me declaraste amor, exigiendo a cambio que yo diera parte de mí, que te lo demostrara más veces, que aprendiera de ti a querer.

La noche que me quedé solo… Te llamé, compañera, como a esas amigas que casi nunca faltan, y que a menudo echas de menos si lo hacen alguna vez. Te conté todos mis secretos sin problema aparente, nada me lo impidió, y lo hice sin que tú me preguntaras con anterioridad. Cuanto deberíamos aprender los mortales de ti.

La noche que me quedé solo… Imaginé como sería mi vida, ya sabes que me pongo muy pesimista y tremendista. Que si mi muerte anticipada, que si una vida junto a ti por no encontrar a nadie que soporte mi ser… Si yo te contara todo lo que siento… Borrar una parte de mí y afrontar estas cosas con la entereza y la valentía que lo hago con otras.


Y hoy no te escribo nada nuevo que tú no sepas, simplemente dejo constancia que un día en mi adolescencia viniste a mí como una madre, y bajo el amparo de tu sombra fui creciendo como hombre que llegó a enamorarse de ti, soledad. De esa forma con la que me endulzas, de la forma con la que me miras, me dialogas, y me reprendes cuando hago algo que te incomoda. Soy, mi amor, lo que queda de ti, soy un hombre forjado a tu manera.

Hoy, mi soledad, solamente te pido una cosa… Espero que algún día sepas abandonarme, aunque no te lo pida, espero que te des cuenta del momento justo cuando llegue, espero que si pasa aprendas a anhelarme como yo lo hago ahora, espero estar con otra persona que me siga mejorando, que me aporte cosas nuevas y refuerce lo enseñado, y yo poder así seguir mi camino.

“Sin ti las emociones de hoy no serían más que la piel muerta de las de ayer.”




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